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Crítica de “Expediente Warren: El último rito”

El miedo persiste, aunque el hechizo se debilite



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Más que una simple saga de terror, Expediente Warren ha sabido convertirse en una especie de franquicia emocional para los amantes del género. Desde su primera entrega en 2013, el universo creado por James Wan ha demostrado que el horror puede convivir con la sensibilidad, la fe y el romanticismo sin traicionar su esencia. Con El último rito, la saga se despide —al menos por ahora— en una película que busca ser homenaje, clímax y cierre espiritual… aunque no siempre lo logra con la contundencia que prometía.



Michael Chaves, que ya había dirigido La Llorona y Expediente Warren: Obligado por el demonio, vuelve a ponerse al frente con un estilo visual muy pulido, efectivo en su composición pero algo predecible. La película sabe construir atmósferas tensas: pasillos oscuros, puertas entreabiertas, susurros en la penumbra… Todo está ahí, funcionando como un reloj bien engrasado. Sin embargo, la sensación de "ya visto" pesa en varios momentos, y la originalidad que una vez definió la franquicia se diluye entre fórmulas conocidas.


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A pesar de ello, hay secuencias verdaderamente logradas: el probador de vestidos, la muñeca que se arrastra, o ciertos encuadres reflejados en espejos que aprovechan el fuera de campo para generar verdadera incomodidad. Chaves demuestra que domina el oficio, aunque quizás le falta el riesgo que Wan imprimía con tanta naturalidad.

El film se toma su tiempo para desarrollar tanto el caso sobrenatural como la vida personal de los Warren. Este equilibrio, que en otras entregas fluía con naturalidad, aquí se siente forzado. Hay momentos en los que el drama doméstico se impone sobre la investigación paranormal, y aunque esto aporta humanidad, también ralentiza el ritmo narrativo.

La historia de la familia Smurl, que podría haber sido un detonante poderoso para el terror, se queda un tanto desdibujada frente al protagonismo absoluto de Ed y Lorraine. El guion parece más interesado en el legado emocional de la pareja que en el caso que investigan, y eso termina restando urgencia a los momentos más aterradores.


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Lo que sí se mantiene —y de forma conmovedora— es la conexión entre Vera Farmiga y Patrick Wilson. La química entre ambos sigue siendo el alma de la saga. Sus personajes ya no solo enfrentan demonios: también enfrentan su propia fragilidad, el desgaste del tiempo, la fe puesta a prueba.

Este enfoque más íntimo es, al mismo tiempo, lo más valioso y lo más arriesgado del film. Aporta profundidad, pero también desvía el foco de lo que los fans más esperan: el terror puro. Y sin ese equilibrio que definió a las entregas anteriores, el resultado termina siendo más emocional que escalofriante.

Expediente Warren: El último rito no es una mala película. De hecho, está por encima del promedio de cintas de terror comercial actuales. Pero en el contexto de una saga que nos dio algunas de las secuencias más memorables del cine de horror moderno (la escena del armario en la primera, el cuadro de la monja en la segunda), este cierre se siente contenido, casi tímido.


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Lejos de ser un clímax espectacular, apuesta por la introspección y por una atmósfera sostenida más que por sustos impactantes. A algunos les parecerá una decisión elegante; a otros, una oportunidad desaprovechada.

Para quienes han acompañado a los Warren desde la primera entrega, este filme no será el final explosivo que imaginamos. Pero si apagas las pretensiones y te dejas envolver por los detalles —un corredor silencioso, un reflejo en un espejo, un susurro que eriza—, El último rito te recuerda otra vez por qué este universo narrativo se ha ganado el corazón (y los sustos) de los amantes del terror consciente.

Valoracion: ⭐️⭐️⭐️( de 5 ).


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