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Critica de Honey Bunch (2025)

 Un amor que huele a formol: la dulce pesadilla de Honey Bunch


honey bunch poster



58.º Sitges Film Festival 2025 

Honey Bunch llega como una fábula gótica prometedora, pero a lo largo del metraje va perdiendo el azúcar de la sorpresa hasta quedar en un eco disonante. El filme de Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli alterna belleza visual con un giro narrativo que no siempre convence.

La historia arranca con potencia: una mujer enferma y un hombre melancólico caminan hacia el mar, y luego todo guarda una extrañeza melancólica que va desdoblándose. La mujer, Diana (Grace Glowicki), sufre un trauma cerebral tras un accidente y tiene una pérdida masiva de memoria. Su esposo, Homer, decide mudarse con ella a una mansión aislada para someterla a tratamientos experimentales liderados por Farah (Kate Dickie). Pero pronto la línea entre terapia, control y paranoia se difumina, y Diana empieza a sospechar que lo que vive no es todo lo que parece.


honey bunch


En su primer tramo, Honey Bunch construye con pulso esa tensión gótica: la atmósfera opresiva del sanatorio, los pasillos húmedos, las sombras que se extienden como frases no pronunciadas. La química entre Glowicki y Petrie ayuda: su vínculo parece verdadero, su comunicación se descompone con dolor. Las intervenciones curativas, las imágenes con luces estroboscópicas, los murmullos que emergen de la nada: todo contribuye a que el extraño se infiltre en lo cotidiano.

Pero el problema es que cuando el giro principal —ese gran “revelado” que la película llevaba cocinando— llega, la maquinaria interna se resiente. Lo que podría haber sido un golpe dramático se transforma en sátira involuntaria: las decisiones argumentales requieren saltos de fe que no están bien fundados. A partir de ese momento, Honey Bunch empieza a perder coherencia emocional, y la que era una trama fascinante se vuelve un collage de piezas que no acaban de encajar. Lo simbólico se vuelve forzado, el misterio se sobrecarga, el horror se siente más calculado que visceral.


honey bunch


La estética retro-setentera funciona como rescate visual. Los encuadres, los zooms dramáticos, las texturas gastadas y la simetría inquietante crean una apuesta estética romántica del malestar. Pero no basta con belleza: cuando el argumento cede, el contraste resalta su fragilidad.

Jason Isaacs, como Joseph (padre de otra paciente que aparece en escena), añade un contraste poderoso frente a Homer: su apertura, su candidez frente al silencio del protagonista, su modo de habitar ese mundo compartido refuerzan la atmósfera ambigua del filme. Pero ni su presencia puede sostener lo que el guion desmorona en el tramo final.

Honey Bunch es película de dos mitades: una primera, seductora y tensa, que promete más de lo que su segundo acto logra cumplir. El giro dramático la desinfla y convierte sus mejores elementos —el horror psicológico, el trauma, la memoria fragmentada— en notas sueltas. Es una obra visualmente elegante con ambición, pero que no encuentra del todo el pulso narrativo.


Valoracion

⭐⭐( de 5 )

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