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Critica Frankenstein (2025)

 “Frankenstein”, de Guillermo del Toro: el monstruo más humano del cine.





frankenstein poster



Guillermo del Toro lleva años refiriéndose a Frankenstein como su “Everest”, la cima creativa que siempre soñó escalar. Tras décadas de preparación —él mismo ha dicho que cada una de sus películas era un ensayo para llegar a esta—, el cineasta mexicano por fin logra su propósito con el apoyo de Netflix, un presupuesto de 120 millones de dólares y seis meses de rodaje. 

El resultado es todo lo que cabía esperar de su autor: un espectáculo visual apabullante, narrativamente ambicioso y profundamente humano. Su versión del mito de Mary Shelley no busca el horror, sino la compasión. Aquí el relato no termina en violencia, sino en una catarsis de reconciliación que rescata el sentido más puro del texto original.



frankenstein fotograma



El filme abre con un tropiezo: una secuencia de acción excesiva en las heladas tierras del norte. Allí, el capitán Anderson (Lars Mikkelsen), al mando de una expedición en busca de una nueva ruta comercial, encuentra entre los témpanos a un hombre moribundo: el doctor Victor Frankenstein (un formidable y gélido Oscar Isaac). Poco después, la tripulación es atacada por una criatura deformada y de fuerza sobrehumana (Jacob Elordi), decidida a acabar con el científico.

A salvo en el barco, Frankenstein narra su historia. Del Toro respeta la estructura esencial de Shelley, pero la enriquece con nuevas capas y giros narrativos. La película ahonda en el pasado del protagonista, marcado por la muerte temprana de su madre (Mia Goth) y la exigencia de su padre, Leopold (Charles Dance), un cirujano que le inculca una obsesión enfermiza por la perfección. El joven Victor acabará superando al maestro, decidido a derrotar a la muerte misma.



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Expulsado del ámbito académico por sus ideas heréticas, encuentra apoyo en Harlander (Christoph Waltz), un magnate de la industria armamentística que financia sus experimentos. En un torreón abandonado, Victor se entrega a su labor con un fervor casi religioso, hasta que la visita de su hermano William (Felix Kammerer) y su prometida Elizabeth (también interpretada por Goth) amenaza con distraerlo.

Durante la primera hora, Del Toro se detiene en construir un mundo moralmente decadente y materialmente exuberante. La dirección artística de Tamara Deverell es un festín gótico: un equilibrio entre la pompa aristocrática del siglo XIX y la sordidez de un laboratorio convertido en osario. Cada decorado parece diseñado para ser fotografiado, con un nivel de detalle que hace que cualquier efecto digital palidezca.

Las secuencias dedicadas a la creación del monstruo son de las más potentes del filme. Frankenstein cose, ensambla y recompone cuerpos extraídos del campo de batalla con una precisión quirúrgica que resulta más fascinante que grotesca. Del Toro muestra a su científico como un artista en pleno trance creativo, convencido de que está esculpiendo la inmortalidad.

Cuando la criatura finalmente cobra vida, el relato se transforma. Al principio, Victor se comporta como un padre orgulloso, hasta que la decepción y el horror se imponen. Es Elizabeth quien ve humanidad donde otros solo ven deformidad, y en su breve ternura reside el corazón emocional de la película. Jacob Elordi logra un trabajo notable: su criatura no es un monstruo, sino un niño perdido, de mirada inocente y torpe curiosidad, cuya tragedia será descubrir la crueldad del mundo que lo rechaza.



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La segunda mitad sigue al ser en su búsqueda de pertenencia. Rechazado por todos, encuentra refugio en una cabaña donde vive un anciano ciego con su familia, de quienes aprende el lenguaje y el afecto. Pero cuando es descubierto, el miedo lo condena otra vez al exilio. Desesperado, regresa a Frankenstein para suplicarle que le cree una compañera, un acto que solo puede conducir al desastre.

Pese a sus dos horas y media de duración, la película mantiene un ritmo sostenido gracias a la armonía entre todos sus elementos: la fotografía atmosférica de Dan Laustsen, el diseño de producción monumental de Deverell, la música de Alexandre Desplat y la dirección apasionada de Del Toro. Todo encaja como un mecanismo de relojería gótica.

Algunos puristas podrán objetar los desvíos respecto al texto de Shelley, pero Del Toro no traiciona el espíritu del original. Más bien lo amplifica. Toma influencias de James Whale, de La novia de Frankenstein, de la estética Hammer y del arte de Bernie Wrightson, para fundirlas en una obra que, lejos de parecer un collage, respira coherencia y devoción.

El resultado es una película majestuosa, introspectiva y conmovedora, que invita a revisarla más de una vez para descubrir sus múltiples capas. Como su protagonista, Del Toro ha ensamblado diversas piezas para dar vida a algo nuevo. Pero, a diferencia del científico, su creación no es un monstruo, sino una obra maestra.


Valoracion: ⭐⭐⭐⭐⭐( de 5 )

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